Somos Morte. Ionut Florin Vanaga
Operario de maquinaria de control numérico.
Florín, como se le conoce en MORTE, llegó a España un 7 de enero de 2002 con 19 años, ganas de aprender y de comerse el mundo.
Al principio todo le era extraño, otro país, otra gente, otras costumbres, pero lo que más le extrañó fue el cambio en el paisaje. Pasar de las verdes montañas de su Rumania natal a los campos dorados de la Rioja Baja y, por supuesto, el idioma.
Reconoce que, en Rumania la escuela no era uno de sus puntos fuertes, le tiraba más el fútbol donde jugaba en una categoría mayor a la que le correspondía por edad. Su velocidad, su determinación y su capacidad de integrarse en un equipo fueron la clave. Le duró poco, porque justo antes de venir a España un mal encontronazo con un rival le rompió la rodilla, y aunque ya no pudo mantener esa velocidad, la determinación y el sentido de equipo permanecieron intactos. Florín pudo seguir jugando, pero ya no fue lo mismo.
Tras la escuela pasó a formarse como operador de control numérico en Rumanía, mecanizando piezas. A él le gustaba más la soldadura, pero le encontró el gusto a la matricería. Ver como de un bloque de metal surgía una pieza con una función, un sentido.
Ese fue uno de sus primeros retos, y a este le siguieron otros muchos, aunque sin duda, el que más marcó su vida fue cuando, mientras buscaba un nuevo puesto de trabajo, se acercó a las instalaciones de MORTE, sin saber la actividad de la empresa, y solicitó una reunión con “el jefe” para solicitar empleo. Le recibió Raúl Morte un viernes… el martes siguiente estaba ya trabajando, en los taladros y en el temple, lo más básico. Pero Florín aprendía rápido, de allí a otra máquina, más compleja, más responsabilidad… Marcos Morte, recuerda, le preguntó «¿Te gustan los retos, no? «. Reconoce que al principio lo pasó mal, pero ahí estaban los compañeros para echarle un cable…y su capacidad para adaptarse a cada puesto. De ahí a la máquina de control numérico de 5 ejes y a donde se le necesite, porque como dice está en MORTE para aportar.
No en vano se vanagloria de ser capaz de manejar el 95% de la maquinaria de la empresa, curso tras curso, año tras año, muchas veces a base de ensayo y error, de obsesionarse cuando surgía algún problema, … pero siempre lo resolvía, el ADN de MORTE en estado puro. Ese era el reto, entender la máquina, porque no hay una máquina igual, cada una tiene su particularidad y en MORTE el éxito se mide en micras. Una precisión que es parte de una cadena, las piezas han de pasar perfectas de una sección a otra, de un compañero a otro. No se puede fallar porque el resultado ha de ser excelente.
Ahora, 19 años después de pisar Pradejón, casado y con dos niñas, vuelve a la escuela para estudiar junto a sus hijas, a esa escuela que no se le daba tan bien durante su infancia en Rumanía. Aprovechando los domingos para disfrutar de la familia y seguir aprendiendo, porque si algo no le falta a Florín son las ganas de aprender.